domingo, 1 de enero de 2012

La chispa.

La noche caía lentamente sobre la suave hierba a las orillas de la serena corriente de agua. En medio de una oscuridad inigualable, una lluvia furiosa descargaba su ira sobre la tierra mientras que se le impedía al cielo la visión a través de un sólido muro de nubes, sin que una sola brisa osara moverlas. En el ojo de la tormenta, un río discurría placidamente ignorando la tempestad, protegido por leales árboles en sus márgenes que se mantenían firmes en señal de respeto a las serenas corrientes que iban a su lado. La calma perfecta que antecede las grandes tormentas.
Un punto luminoso apareció en el horizonte, un pequeño resplandor de farol que, lentamente, fue cediendo el paso a una lumbrera mayor aunque incapaz de vencer la inmensa oscuridad. Un poderoso barco “El Septentrión”, un magnífico barco mercante diseñado como una obra de arte hecha en cedro, que ocupaba casi la totalidad del río, con un gigantesco dragón en la proa, desde el cual colgaba el enorme farol de bronce, y que en la popa poseía un enorme castillo de tres pisos de roble del cual salían las siete hileras que sostenían trescientos sesenta y cuatro descomunales faroles; mientras que su interior, albergaba espaciosas bodegas que salvarían del hambre a los pueblos asediados por las bestias. El barco compartía el aspecto fantasmagórico del terreno, pero ambos mentían y su capitán, Horace de Ruyter, lo sabía.
La chispa se encendió con facilidad en las sogas escondidas por la complicidad de árboles dormidos, despertándolos con llamas que desafiaban la propia tempestad llegando a grandes alturas. En segundos, la chispa llegó a su objetivo: gigantescos barriles de pólvora que arrojaron el bosque en llamas sobre el río, cayendo con el estruendo de una emboscada. El responsable era el mismo que desde hace décadas: los Hombres del Bosque, confederación de desposeídos que se entregaban al hurto para sobrevivir y al saqueo para satisfacer sus ansias de sangre e Igualdad, generando hambre en los pueblos y temor en los mejores oficiales; pero Ruyter jamás siente temor.
El barco inmediatamente mostró la artillería camuflada en la cubierta haciendo saltar en pedazos a los árboles que venían a destruirla, no pudiendo evitar que este se detuviera tras el impacto con los troncos que evitaban el fluir del agua; único motor cuando la naturaleza no proporciona el viento para impulsar sus tres gigantescos mástiles. La artillería tomo la palabra una vez más, sin que esto evitara el abordaje de estas bestias bípedas aunque fuera bajo la lluvia del cadáver de sus propios compañeros. Rápidamente la cubierta quedo tomada y la estrategia siguió su curso: desde el castillo de popa se soltaron las cuerdas de los faroles, incendiando la cubierta con miles de los Hombres del Bosque y algunos de sus propios sujetos; la ola de destrucción alcanzó el hermoso dragón que se vio obligado a soltar su farol sobre los troncos que impedían el paso, incendiándolos a su vez. La cubierta pronto le dio el lugar a la verdadera y el dragón empezó a mostrar su auténtico material: Plata. La emboscada la había hecho el barco; los troncos capitularon y el agua comprimida, de varias horas de lluvia, reinició el avance.
Fracasado el hurto, entra la política del saqueo. Nuevamente el bosque despertó con el calor del infierno, provocando que los árboles dañados por la explosión y el primer incendio cayeran, aumentando la tensión de un agua que comenzaba a sublevarse contra el barco opresor, acompañados de una lluvia de flechas ardientes que dieron en el blanco: la Fortaleza de Ruyter, el lugar donde todo fue planeado. La artillería respondió varias veces logrando su propia aniquilación ante el enfurecido bosque, mientras que el agua se elevaba para inundar la oleada insurgente acabando así con el ejército de bandoleros; la batalla acabó, la emboscada fracasó.
Horas después, en medio de un cielo caldeado en azul y con un Sol en la cúspide de su poder; el pueblo vio llegar a un ennegrecido fantasma conducido por corrientes revueltas provocadas por un agua que se esforzaba en retornar a su habitual serenidad. Los restos del barco fueron amarrados y rápidamente inspeccionados: el castillo apenas se mantenía, su cubierta estaba chamuscada aunque aún se podían percibir los restos de la falsa, sus bodegas languidecían sin rastro alguno de alimento.
En la noche, las provisiones fueron halladas, gracias al brillo de la Luna sobre un metal de su mismo color. El plan de Ruyter ha funcionado, de su sistema de engaños nadie se ha salvado.

Fabián Javier Barloco Niño.
16 años, Ados 5.

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